Manifiesto
de la revista Martín Fierro (1924)
Frente a la
funeraria solemnidad del historiador y del catedrático, que momifica cuanto
toca.
Frente al recetario
que inspira las elucubraciones de nuestros más “bellos” espíritus y a la
afición al ANACRONISMO y al MIMETISMO que demuestran.
Frente a la
ridícula necesidad de fundamentar nuestro nacionalismo intelectual,
hinchando valores falsos que al primer pinchazo se desinflan como chanchitos.
Frente a la
incapacidad de contemplar la vida sin escalar las estanterías de las
bibliotecas.
Y sobre todo,
frente al pavoroso temor de equivocarse que paraliza el mismo ímpetu de la
juventud, más anquilosada que cualquier burócrata jubilado:
“MARTIN FIERRO”
siente la necesidad imprescindible de definirse y de llamar a cuantos sean
capaces de percibir que nos hallamos en presencia de una NUEVA sensibilidad y
de una NUEVA comprensión, que, al ponernos de acuerdo con nosotros mismos, nos
descubre panoramas insospechados y nuevos medios y formas de expresión.
“MARTIN FIERRO”
acepta las consecuencias y las responsabilidades de localizarse, porque sabe
que de ello depende su salud. Instruído de sus antecedentes, de su anatomía,
del meridiano en que camina: consulta el barómetro, el calendario, antes de
salir a la calle a vivirla con sus nervios y con su mentalidad de hoy.
“MARTIN FIERRO”
sabe que “todo es nuevo bajo el sol” si todo se mira con unas pupilas actuales
y se expresa con un acento contemporáneo.
“MARTIN FIERRO”, se
encuentra, por eso, más a gusto, en un transatlántico moderno que en un palacio
renacentista, y sostiene que un buen Hispano-Suiza es una OBRA DE ARTE
muchísimo más perfecta que una silla de manos de la época de Luis XV.
“MARTIN FIERRO” ve
una posibilidad arquitectónica en un baúl “Innovation”, una lección de síntesis
en un “marconigrama”, una organización mental en una “rotativa”, sin que esto
le impida poseer –como las mejores familias- un álbum de retratos, que hojea,
de vez en cuando, para descubrirse al través de un antepasado… o reírse de su
cuello y de su corbata.
“MARTIN FIERRO”
cree en la importancia del aporte intelectual de América, previo tijeretazo a
todo cordón umbilical. Acentuar y generalizar, a las demás manifestaciones
intelectuales, el movimiento de independencia iniciado, en el idioma, por Rubén
Darío, no significa, empero, que habremos de renunciar, ni mucho menos,
finjamos desconocer que todas las mañanas nos servimos de un dentífrico sueco,
de unas toallas de Francia y de un jabón inglés.
“MARTIN FIERRO”
tiene fe en nuestra fonética, en nuestra visión, en nuestros modales, en
nuestro oído, en nuestra capacidad digestiva y de asimilación.
“MARTIN FIERRO”
artista, se refriega los ojos a cada instante para arrancar las telarañas que
tejen de continuo: el hábito y la costumbre. ¡Entregar a cada nuevo amor una
nueva virginidad, y que los excesos de cada día sean distintos a los excesos de
ayer y de mañana! ¡Esta es para él la verdadera santidad del creador!... ¡Hay pocos
santos!
“MARTIN FIERRO”
crítico, sabe que una locomotora no es comparable a una manzana y el hecho de
que todo el mundo compare una locomotora a una manzana y algunos opten por la
locomotora, otros por la manzana, rectifica para él, la sospecha de que hay
muchos más negros de los que se cree. Negro el que exclama ¡colosal! Y cree
haberlo dicho todo. Negro el que necesita encandilarse con lo coruscante y no
está satisfecho si no lo encandila lo coruscante. Negro el que tiene las manos
achatadas como platillos de balanza y lo sopesa todo y todo lo juzga por el
peso. ¡Hay tantos negros!...
“MARTIN FIERRO”
sólo aprecia a los negros y a los blancos que son realmente negros o
blancos y no pretenden en lo más mínimo cambiar de color.
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