Por Ricardo Piglia
Una historia de la violencia argentina a través de la ficción. ¿Qué
historia es ésa? La reconstrucción de una trama donde se pueden descifrar o
imaginar los rastros que dejan en la literatura las relaciones de poder, las
formas de la violencia. Marcas en el cuerpo y en el lenguaje, antes que nada,
que permiten reconstruir la figura del país que alucinan los escritores. Esa
historia debe leerse a contraluz de la historia "verdadera" y como su
pesadilla.
El
origen. Se podría decir que la historia de la narrativa argentina
empieza dos veces: en El matadero y en la primera página del Facundo. Doble origen, digamos, doble
comienzo para una misma historia. De hecho los dos textos narran lo mismo y
nuestra literatura se abre con una escena básica, una escena de violencia
contada dos veces. La anécdota con la que Sarmiento empieza el Facundo y el
relato de Echeverría son dos versiones (una triunfal, otra paranoica) de una
confrontación que ha sido narrada de distinto modo a lo largo de nuestra
literatura por lo menos hasta Borges. Porque en ese enfrentamiento se anudan
significaciones diferentes que se centran, por supuesto, en la fórmula central
acuñada por Sarmiento de la lucha entre la civilización y la barbarie.
La
primera página del Facundo. Sarmiento inicia el libro con una escena
que condensa y sintetiza lo que gran parte de la literatura argentina no ha
hecho más que desplegar, releer, volver a contar. ¿En qué consiste esa
situación inicial? “A fines de 1840 salía yo de mi patria, desterrado por
lástima, estropeado, lleno de cardenales, puntazos y golpes recibidos el día
anterior en una de esas bacanales de soldadescas y mazorqueros. Al pasar por
los baños de zonda, bajo las Armas de la Patria, escribí con carbón estas
palabras: On ne tue point les idees.
El gobierno a quien se comunicó el hecho, mandó una comisión encargada de
descifrar el jeroglífico, que se decía contener desahogos innobles, insultos y
amenazas. Oída la traducción. Y bien, dijeron ¿qué significa esto?”. Anécdota a
la vez cómica y patética, un hombre que se exilia y huye, escribe en francés
una consigna política. Se podría decir que abandona su lengua materna del mismo
modo que abandona su patria. Ese hombre con el cuerpo marcado por la violencia
deja también su marca: escribe para no ser entendido. La oposición entre
civilización y barbarie se cristaliza entre quienes pueden y quienes no pueden
leer esa frase escrita en otro idioma: el contenido político de la frase esta
en el uso del francés. El relato de Sarmiento es la historia de una
confrontación y de un triunfo: los bárbaros son incapaces de descifrar esas
palabras y se ven obligados a llamar a un traductor. Por otro lado esa frase
(que es una cita de Diderot, dicho sea de paso) se ha convertido en la más
famosa de Sarmiento, traducida libremente por él y nacionalizada como:
"Bárbaros, las ideas no se matan".
El
lenguaje y el cuerpo. La historia que cuenta El matadero es como la contracara atroz del mismo tema. O si
ustedes quieren: El matadero narra la
misma confrontación pero de un modo paranoico y alucinante. En lugar de huir y
de exiliarse, el unitario se acerca a los suburbios, se interna en territorio
enemigo. La violencia de la que Sarmiento se zafa está ahora puesta en primer
plano. Si en el relato que inicia el Facundo
todo el poder está puesto en el uso simbólico del lenguaje extranjero y la
violencia sobre los cuerpos es lo que ha quedado atrás, en el cuento de
Echeverría todo está centrado en el cuerpo y el lenguaje (marcado por la
violencia) acompaña y representa los acontecimientos. Por un lado un lenguaje
"alto", engolado, casi ilegible: en la zona del unitario el
castellano parece una lengua extranjera y estamos siempre tentados de
traducirla. Y por otro lado una lengua "baja", popular, llena de
matices y de flexiones orales. La escisión de los mundos enfrentados toca
también al lenguaje. El registro de la lengua popular, que está manejado por el
narrador como una prueba más de la bajeza y la animalidad de los
"bárbaros", es un acontecimiento histórico y es lo que se ha
mantenido vivo en El matadero.
La verdad de la ficción. Hay una diferencia clave, diría, entre
El matadero y el comienzo del Facundo. En Sarmiento se trata de un
relato verdadero, de un texto que toma la forma de una autobiografía; en el
caso de El matadero se trata de una
pura ficción. Y justamente porque era una ficción pudo hacer entrar el mundo de
los "bárbaros" y darles un lugar y hacerlos hablar. La ficción como
tal en la Argentina nace, habría que decir, en el intento de representar el
mundo del enemigo, del distinto, del otro (se llame bárbaro, gaucho, indio o
inmigrante). Esa representación supone y exige la ficción. Para narrar a su
grupo y a su clase desde adentro, para narrar el mundo de la civilización, el
gran género narrativo del siglo XIX en la literatura argentina (el género
narrativo por excelencia, habría que decir: que nace, por lo demás, con
Sarmiento) es la autobiografía. La clase se cuenta a sí misma bajo la forma de
la autobiografía y cuenta al otro con la ficción. Todo lo que hay de
imaginación literaria en el Facundo
viene de ese intento de hacer entrar el mundo de Facundo Quiroga y de los
bárbaros. Sarmiento hace ficción pero la encubre y la disfraza en el discurso
verdadero de la autobiografía o del relato histórico. Por eso su libro puede
ser leído como una novela donde lo novelesco está disimulado, escondido,
presente pero enmascarado.
Un texto inédito. En El
matadero está el origen de la prosa de ficción en la Argentina. Pero ese
origen, podría decirse, es oscuro, desviado, casi clandestino. Escrito en 1838
el relato permaneció inédito hasta 1871 cuando Juan María Gutiérrez lo rescató
entre los papeles póstumos de Echeverría (que había muerto en Montevideo,
exiliado y en la miseria, en 1851). ¿Por qué no lo publicó Echeverría? Basta
releerlo hoy para darse cuenta de que es muy superior a todo lo que Echeverría
publicó en su vida (y superior a lo de todos sus contemporáneos, salvo
Sarmiento). Habría que decir que Echeverría no lo publicó justamente porque era
una ficción y la ficción no tenía lugar en la literatura argentina tal como la
concebían Echeverría y Sarmiento. “Las mentiras de la imaginación” de las que
habla Sarmiento deben ser dejadas a un lado para que la prosa logre toda su
eficacia y la ficción aparecía como antagónica con un uso político de la
literatura.
Una
opción. El Facundo empieza
donde termina El matadero. Entre la
cita en francés de Diderot de Sarmiento y la representación del lenguaje
popular en El matadero, en la mezcla
de lo que allí aparece escindido, en la relación y el antagonismo se define una
larga tradición de la literatura argentina. Pero a la vez la importancia de
esos dos relatos reside en que entre los dos plantean una opción fundamental
frente a la violencia política y el poder: el exilio (con que se abre el Facundo) o la muerte (con la que se
cierra El matadero). Esa opción
fundante volvió a repetirse muchas veces en nuestra historia y se repitió, en
nuestros días. Y en ese sentido podría decirse que la literatura tiene siempre
una marca utópica, cifra el porvenir y actualiza constantemente los puntos
clave de la política y de la cultura argentina.
Piglia, Ricardo. "Echeverría y el lugar de la ficción" en La Argentina en pedazos. Buenos Aires: Ediciones de la Urraca, 1993.